DIARIO DEL ORÁCULO DE DELFOS XXXIV
Binisalem, 25 de julio 2017 Pasan los días y no hay manera de retener el tiempo. El tiempo se escapa como el agua de los manantiales. Yo observo el tiempo tumbado en mi hamaca en la terraza y lo percibo en pequeñas porciones, en fragmentos tan diminutos como letras españolas. Sé que cuando me vaya de aquí, de esta naturaleza en que todo se completa y en que escucho los ladridos de los perros, recordaré con nostalgia esta época de verano en que mi alma se ha llenado de frutas, de cigarrillos rubios o de respuestas antes las cientos de preguntas que me estoy haciendo. Reconstruirse es sólo una cuestión de soledad, de reflexión sobre uno mismo y sobre lo que fue, lo que está siendo y lo que va a ser. Tengo miedo de que vuelva el tiempo de las obligaciones, el trabajo, un horario convulso, el ruido estridente de la ciudad, el ir con prisas y el estar expuesto a la tensión que supone regresar a la sociedad de los hombres. Mi soledad aquí es sublime, perfecta, abisal. Al atardecer m